El traspié estratégico de Matthei
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Cristián Saieh
El conflicto que Evelyn Matthei desató con Franco Parisi no dejó a nadie indiferente. Al parecer ahora comienza la arremetida frontal contra Michelle Bachelet. Esta estrategia no ha sido evaluada desde la teoría de la negociación y el conflicto. ¿Será acertada? La respuesta es no.
Veamos lo que logró con Parisi. El conflicto que se ha mantenido estos días tiende a absorber la atención, dejando poco espacio para comunicaciones no conflictivas. De esta capacidad que tiene el conflicto de atraer la atención se deriva su fuerza integradora, ya que las partes involucradas en él se oponen en bloque a la amenaza externa. Esto conduce a que una contienda a tres o más bandas -los nueve candidatos- se polarice en torno a solo dos partes. Con esto, si bien la confrontación reduce su complejidad al referirse a un número menor de participantes, Matthei y Parisi -y desde ahora seguramente con Bachelet -, pierde la nitidez de los intereses en juego, la necesidad de captar votos en este caso. Seguirán sucediéndose nuevos conflictos entre la candidata de derecha y el economista y probablemente la aspirante de izquierda, que le impedirá a la primera hacer concesiones y dar a conocer su propuesta de valor programático.
Como hemos presenciado, estos conflictos están centrados únicamente en buscar medios para dañar al otro para hacer inviables las eventuales opciones del contendor. Lo que molesta al otro es valorado positivamente, por lo que cualquier cosa que ocasione un perjuicio a la otra parte es celebrada como un triunfo.
Así, los candidatos en contienda se han posicionado a tal punto que cada gesto, palabra, silencio del otro es interpretado en el peor de los sentidos y alcances; el horizonte electoral se pierde ya que se buscan signos de debilidad y lo único que interesa es detectar el impacto de las acusaciones en el otro. La interdependencia de las partes es casi total. El efecto destructivo del conflicto consiste en que, como un parásito mortal, se ha alimentado de toda la energía vital del contexto en que surgió. Todo es descalificación y acusaciones, y nada más importa; se busca derrotar al otro, pero incluso eso no parece suficiente.
Muchas veces se piensa que el conflicto tiene un potencial desintegrador, una suerte de fuerza centrífuga que haría alejarse más y más a la contraparte de su objetivo, en este caso, el electoral, lo que es errado. Los implicados en un conflicto de estas proporciones se encuentran inmersos en una danza macabra, cuya fuerza centrípeta les impide alejarse y donde lo que importa es conocer cada paso del enemigo, porque se ha transformado en un referente de gran relevancia, tal vez la equivocación más grave de Matthei, realzar a su contendor. Pero las malas noticias no han terminado para la candidata ya que es tanta la fuerza integradora del conflicto extremo que, incluso, en el evento de hacer desaparecer al contendor, quedará un vacío enorme, imposible de llenar con una propuesta constructiva.
Es evidente: estamos ante una estrategia ineficaz que, de continuar, solo dañará la ya debilitada campaña de Matthei. Y tal vez la apuesta más errada: que caiga Bachelet en esta trampa, cuestión que ésta, se ha comprobado recurrentemente, no hará.